patrimonio.La
colonia penal que estuvo en la isla por 74 años permitió
conservar casi intactas sus riquezas naturales.
Coiba: un oscuro pasado y
un futuro promisorio
Los reos eran llevados a Coiba en la
barcaza Tango-02 del Servicio Marítimo Nacional. Cuando se
anunciaba el viaje, en los penales de tierra firme surgía una
mezcla de temor y alegría. Para algunos era la posibilidad de
encontrarse con enemigos con quienes debían saldar cuentas
pendientes, para otros, una cárcel con sensación de
libertad.
Un nuevo plan de manejo se está
diseñando para la ex colonia penal. Incluye construir
facilidades turísticas en cuatro áreas del parque:
Bahía Damas, isla Uva, islas Contreras e isla Jicarón.
Además, se establecerán zonas de pesca artesanal de baja
intensidad, para aprovechar especies como la cherna y el pargo.
LA PRENSA/David Mesa |
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Los custodios
y funcionarios civiles de Corrección aquí vivían,
trabajaban, descansaban y esperaban, cada 15 días, que terminara
su turno para ser reemplazados y volver a casa.1056809 |
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EN RUINAS. Las
celdas, kioscos y comedores de todos los campamentos están en
abandono, pero con el nuevo plan de manejo del parque se buscará
preservar la historia a través de un centro de exhibición. |
José
Somarriba Hernández
jsomarriba@prensa.com
“...Es el lamento del cazanguero en Coiba
de madrugá’. Apúrate Chino Juan, que a la fila llaman ya,
dice el guardia que esta vez no, no te quedes tan atrás”.
“Haga sol o llueva fuerte a la siembra hay
que cuidar, que no venga la cazanga a tu esfuerzo a malograr...”.
Parte de la historia de Coiba como colonia
penal, por 74 años, está descrita en El Cazanguero,
canción de Rubén Blades que empezó a escucharse en
1975.
El tema describe quiénes eran los
cazangueros, algunos de los castigos a los que eran sometidos los reos
que infringían las reglas y la tristeza que significaba la
lejanía de sus familias, con la incertidumbre y el temor del
ataque de un enemigo, en un sistema penal abierto como el de Coiba.
Aunque el principal valor de la isla
está en sus riquezas naturales, también es importante su
historia y la de los reos que albergó, las anécdotas de
aquellos que pagaron largas condenas por ir en contra de las leyes y el
derecho ajeno.
EL VIAJE EN LA TANGO-02
“Cuando gritaban en La Modelo [la
cárcel] ‘viene la tembladera’, ese era el anuncio del viaje y
empezaba el terror [...]: muchos presos pensaban en una muerte segura
por poderse encontrar con un enemigo. Otros decían que Coiba era
libertad, pues tenían un plan de fuga”, cuenta Narciso Bastidas,
ex recluso de la isla.
El traslado de los presos a Coiba, explica
Rosa Cárdenas, ex directora Nacional de Corrección, se
hacía normalmente por medio de la barcaza del Servicio
Marítimo Nacional Tango-02, que era una de dos embarcaciones
donadas por los Estados Unidos (EU) para tal fin.
Esos barcos -o bachas, como también
se les llamaba- prestaron servicio en el ejército de EU durante
la Segunda Guerra Mundial y fueron retiradas en 1945.
El trayecto iniciaba por vía
terrestre hasta Puerto Mutis, en Veraguas, y de allí, por la
desembocadura del río San Pedro y el Golfo de Montijo, hasta
Coiba.
El tramo marino, con una carga de entre 70
y 110 reclusos, duraba unas ocho horas con buen tiempo y hasta 11 y
media horas cuando el clima se complicaba.
No faltaba quien emprendiera el viaje de
regreso por su cuenta. Las evasiones en Coiba eran en improvisados
botes de tucas de balso, atados con alambre de púas.
Primero, los presos huían a la
montaña por unos días, con algunas provisiones hurtadas
previamente. Ahí cortaban la madera y el alambre -dejando los
potreros sin cerca- y, una vez preparada la “embarcación”, se
hacían a la mar.
torturas y CASTIGOS
Luis Lasso, quien fue encargado civil del
penal por tres años, entre 1992 y 1995, recuerda que en cada
campamento había entre 30 y 35 reclusos. Pero en el denominado
La Central, que era el más grande, siempre se manejaba una cifra
de entre 110 y 120.
“En [el campamento] El Machete
había vestigios de torturas a reos. Encontramos huecos en la
tierra y se comprobó que ahí enterraban hasta el cuello a
los alzados de las fenecidas Fuerzas de Defensa que, el 16 de marzo y
el 3 de octubre de 1989, intentaron derrocar a Manuel Antonio Noriega”,
explica Lasso, y añade que el penal de Coiba era parecido a un
campo de concentración.
“...¿Cuántas latas de
cascajo hay de aquí hasta Catival?”, se pregunta Blades en su
canción.
Según Bastidas, el ex recluso, los
militares castigaban a los reos con golpes de manguera o palo, o los
ponían a cargar cascajo en latas de aceite de cinco galones
desde la playa hasta La Central o hasta el campamento de Catival
-distante unos cinco kilómetros-. “A veces eran 40 ó 50
latas, era algo brutal”, sentencia.
Con la llegada de la democracia -tras la
invasión de EU a Panamá en 1989- los palazos y
manguerazos quedaron atrás, pero se seguía castigando con
cargas de latas de cascajo.
“El cascajo, que en Coiba hay por todos
lados, era usado para tapar los huecos de los caminos, para rellenar
terrenos o en la construcción”, detalló Luis Lasso.
El ex funcionario asegura que, pese a los
castigos, algunos reclusos evadían el trabajo. Aun así,
siempre se buscaba la forma de darles oficio para evitar el ocio.
ANTIDOPAJE COIBEÑO
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EL EDÉN.
Coiba fue declarada Patrimonio Mundial de la Humanidad por la Unesco,
gracias a la riqueza de su flora y fauna. |
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JUEGO. Las olas
causadas por cualquier embarcación son aprovechadas por los
delfines. En los límites del parque normalmente se aprecian dos
especies: nariz pico de botella y moteados. |
“Cuando los reos no tenían nada que
hacer inventaban fermentar agua de pipa. Destapaban un coco,
vertían azúcar dentro, lo volvían a tapar y lo
colocaban en la misma palma de donde lo habían tomado. A veces
lo enterraban”, relata Lasso.
Con este procedimiento, los reclusos
conseguían una bebida alcohólica.
Para descubrir a aquellos que
habían estado libando, los custodios mandaban al preso a correr
una corta distancia de ida y vuelta. Antes de llegar al final del
recorrido, le ordenaban contener la respiración y cuando
finalmente exhalaba, el aliento a licor lo delataba. “Ese era el
antidopaje coibeño”, cuenta orgulloso Lasso.
Pero no todo era libar clandestinamente e
intentar escapar. Cuentan quienes vivieron o trabajaron en el penal de
Coiba, que la mayoría de los reos tenía perros, que
ayudaban a sus amos en la cacería o la ganadería, o
sólo eran compañeros en la soledad de la prisión.
A simple vista, parece que hoy ya no
quedan perros en la isla, pero en otro tiempo, un interno llamado
Papeto era famoso por sus 30 ó 40 canes, que lo
acompañaban a todos lados. En algunas ocasiones en La Central se
escuchaba a lo lejos los incontables ladridos y todos -reclusos y
custodios- sabían, sin haberlo visto, quién se acercaba
por el camino.
trabajo arduo
En la calle o en barrios populares de la
capital, a fines de la década de 1970 e inicios de la de 1980,
se escuchaba: “Ey, ese man es hachero”, para decir que una persona era
valiente, osada y ágil.
La palabra salió de Coiba, era el
nombre dado a quienes cortaban tucas de madera (árboles) con
hachas. El trabajo arduo y las herramientas eran el gimnasio de la
penitenciaría.
También estaban los cazangueros,
que eran los reclusos que ahuyentaban a la cazanga -ave trepadora de la
familia de los loros, de color verde, con cabeza y pescuezo azul, pico
y patas negras- que acababa, cual plaga, con cualquier siembra que
hallara a su paso.
“La cazanga bajaba de la montaña
por miles, bien de madrugada, y los cazangueros tenían que
espantarlas sonando latas de aceite vacías y gritando. A veces
los ponían a hacer muñecos con formas humanas para
ganarle la batalla a los pájaros”, explica Bastidas.
COCINERO DE LA CASA BLANCA
Ubicada en La Central, “la casa blanca”
era la residencia en que trabajaban y dormían algunos
funcionarios civiles en Coiba.
Aún hoy la estructura conserva sus
dos plantas, con dos oficinas, cocina, comedor, cinco recámaras
amplias y tres baños. Sin embargo, su color es ahora gris, con
algunos restos del blanco que le dio nombre, y presenta un avanzado
deterioro por falta de mantenimiento.
“La casa blanca” tenía un cocinero
al que muchos de sus comensales no olvidaron. Phillip -quien
pidió que no se publicara su apellido-, pagó 30 meses de
una condena de 40 en Coiba por un caso de drogas.
Ex corneta de la Banda de Guerra de las
antiguas Fuerzas de Defensa, es hoy agente de seguridad, pero
todavía recuerda cómo llevó sus dotes en el arte
culinario a la excelencia.
“Yo sabía cocinar, aprendí
en la calle, pero en Coiba me perfeccioné. Me hice experto en
mariscos y cocinaba cazón con crema de maíz, langostas,
langostinos, lo que me trajeran del mar”, relata.
Phillip quedó libre gracias a un
indulto, pero la alegría que sintió al enterarse se
mezcló con la tristeza. “No sabía qué iba a
encontrar, pero ya pasó y ahora rehice mi vida”.
Al final, la canción de Blades
resume lo que es la estadía en cualquier prisión, y
Coiba, con toda su belleza y encanto, no se escapa de la
descripción: “la tristeza de todo preso es no obtener la
libertad [...] un consejo allá en el monte aprendan a
resbalar...”.
UNA NUEVA CARA PARA COIBA
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LA 12 de octubre.
Era uno de los 23 campamentos que hubo en el penal. Hoy alberga la
estación de la Anam y los seis dormitorios para visitantes.
Allí laboran unos 14 guardaparques que hacen turnos de 15
días. |
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POTRERO sin
límites. El deterioro de las cercas provocó que las
más de dos mil cabezas de ganado, que se cree hay actualmente,
vaguen por la isla sin más barrera que el mar. |
Al igual que “la casa blanca”, muchas de
las edificaciones de Coiba se encuentran hoy en estado ruinoso. Celdas,
oficinas, kioscos y comedores, en La Central y en Punta Damas, muestran
que el paso de los años no ha sido en vano.
Un policía de servicio en el lugar
asegura que lo mismo sucede en otros campamentos de la isla. Pero el
panorama podría cambiar. Autoridades, organizaciones
científicas y ecológicas planean actualmente una nueva
estrategia para el Parque Nacional Coiba (PNC).
Aunque los detalles no están
totalmente definidos aún, se espera que para finales de este
año esté completo, e incluya nuevas facilidades para
científicos y turistas, así como el desarrollo de un plan
de pesquería artesanal, entre otros aspectos, explicó
Edgar Araúz, de la Dirección de Áreas Protegidas
de la Autoridad Nacional del Ambiente (Anam).
Como parte de las reuniones que se llevan
a cabo para afinar el plan, entre el 18 y el 20 de junio se
reunió el Consejo Directivo del PNC, el Comité
Científico y el Comité de Manejo Especial de la zona de
protección marina, en el barco Proteus de la Fundación
MarViva.
“Dentro del plan de manejo hay
establecidas zonas de protección absoluta, en las que no se
permite ningún tipo de actividad, ni siquiera la
investigación científica”, manifestó Araúz,
aunque aclaró que sí habrá sitios de uso intensivo
o extensivo, como estructuras turísticas de bajo impacto y
áreas de buceo. Además se permitirá la pesca de
cherna y pargo.
El biólogo marino del Instituto
Smithsonian de Investigaciones Tropicales y coordinador del plan de
manejo del PNC, Juan Maté, informó que parte del proyecto
lo adelanta la Asociación Nacional para la Conservación
de la Naturaleza (Ancon), con capacitación para
microempresarios, boteros, guías y personal de restaurantes,
además de la preparación de senderos en tierra firme y en
el parque.
“Tradicionalmente el PNC se ha conocido
por su penal, que es historia negra, y no quieren recordarlo, porque el
gran atractivo siempre ha sido su belleza natural, escénica, las
especies únicas del parque. Pero queremos revivir la parte
histórica y cultural, que es muy valiosa”, afirmó
Maté.
De acuerdo con el experto, menos de 2% de
las zonas terrestres es lo que se pretende desarrollar para turismo, y
son sectores ya intervenidos que se usaron como parte de los
campamentos del penal, es decir, no se permitirá ningún
desarrollo en áreas vírgenes.
Ya se tienen cuatro puntos identificados
para las estructuras turísticas y de control de seguridad: en el
campamento de Bahía Damas, en las islas Uva y Jicarón, y
en una de las islas Contreras.
De momento, las investigaciones
relacionadas con el plan se realizan con un fondo de 200 mil
dólares, donado por distintas organizaciones nacionales e
internacionales, y participan, además de la Anam, el Instituto
Smithsonian, la fundación MarViva, la Autoridad de los Recursos
Acuáticos de Panamá, el Ministerio de Gobierno y
Justicia, la Universidad de Panamá, la Secretaría
Nacional de Ciencia y Tecnología, entre otras entidades.
Un ‘talento’ de Coiba aparece en las
pantallas
La vida de los reclusos no era
fácil. Todos debían ganarse la vida en alguna labor
agrícola, ganadera, como cocineros, entre otros trabajos. Ese
encanto que genera la isla más grande del Pacífico
centroamericano, hoy convertida en parque nacional, quiso que Narciso
Bastidas, mejor conocido como Mali Mali, regresara como guardaparques
después de cumplir una condena de 11 años y 6 meses.
Mali, como abreviadamente le llaman, nació en Sasardí,
Mulatupu, en la comarca Kuna Yala. Explicó que fue condenado a
17 años por complicidad en un homicidio, pero por su buen
comportamiento lo beneficiaron con la rebaja a una tercera parte de esa
sentencia -5 años y medio-, por lo que salió en 1998.
“En 1987, cuando me mandaron a Coiba,
trabajaba de panadero en La Modelo, y pesaba 180 libras. En un mes de
estar en la isla, comentó, ya pesaba 130 libras. Trabajaba de
machetero de 6:00 a.m. a 6:00 p.m., para sembrar, para hacer trochas,
para limpiar, para todo. Era tirar machete y machete. Un paisano me vio
tiempo después y me dijo: pareces mali mali, que en
nuestra lengua significa puro hueso”, recuerda entre risas.
Regresó dos años
después a Coiba, cuando estaban los especialistas de la Agencia
Española de Cooperación Internacional. Fue contratado
como guía y botero, y ahora trabaja como guardaparques con la
Autoridad Nacional del Ambiente. El ex reo fue contactado por
estudiantes de la Universidad de Alicante, España, quienes
hicieron un documental llamado ‘Caín en el paraíso,
que luego ganó el primer premio en un festival de cine en
Alemania. También la cadena de deportes ESPN lo
contrató como guía para un documental de pesca deportiva
en Coiba. Mali ahora piensa escribir un libro con sus vivencias.
Muros de agua en una prisión
de 74 años
En 1912, el entonces presidente de la
República, Belisario Porras, destina la isla de Coiba como
colonia penal. Sin embargo, no es hasta 1920 cuando se ordena el
traslado de reclusos al lugar.
Es precisamente el hecho de haber sido
cárcel durante 74 años, lo que permitió a la isla
mantener su encanto, su misterio y casi un 90% de sus selvas
vírgenes. Regularmente, los internos eran enviados a Coiba desde
la Cárcel Modelo, en la capital; la Cárcel Pública
de Santiago, en Veraguas, y la Cárcel Pública de David,
en Chiriquí.
Poco a poco, en el penal se establecieron
campamentos para albergar a los reos que llegaban desde las
cárceles de tierra firme. Llegaron a ser 23, pues por motivos de
espacio y seguridad no todos podían quedarse en el Campamento
Central. Incluso, uno de esos campamentos estaba en Jicarón, una
isla al sur de Coiba.
Las bandas a las que pertenecían
los reos impedían instalar a miembros de “Los Hijos de Dios” con
“Los Chukys”, o a integrantes de los “Tiny Toon” junto a “Los Perros de
San Joaquín”, pues sería una masacre segura. Según
Rosa Cárdenas, ex directora Nacional de Corrección,
entidad antecesora de la actual Dirección Nacional del Sistema
Penitenciario, los presos condenados eran los únicos candidatos
a ser trasladados. Oficialmente, los últimos cinco detenidos
salieron de la isla el 27 de agosto de 1994, detalló
Cárdenas.
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